Vivos por centímetros- Los tiros del Polisario
Seguir
vivos fue para ellos cuestión de centímetros. A Miguel Ángel Rodríguez
le abrasó la piel de la frente una bala que a punto estuvo de matarle.
En el caso de Andrés Parrilla, el proyectil penetró por la parte trasera
de su muslo. Ahora, 30 años después, se les ha considerado víctimas del
terrorismo.
Ayer en Teguise se encontraron dos personas que aprendieron hace tres décadas que la franja que separa a la vida de la muerte es sumamente delgada. Y caprichosa. "Yo todavía tengo pesadillas. Lo recuerdo como si hubiera pasado ahora mismo", afirma Miguel Ángel a sus 53 años. Era uno de los diez miembros de la tripulación del Cruz del Mar. Un grupo de hombres vestidos de buzo y armados con ametralladores se adueñó del barco. Cenaron con ellos. Uno de los secuestradores incluso les explicó que había estado trabajando en Lanzarote, concretamente en la zona turística de Puerto del Carmen. De repente, y como todo hacía presagiar, la situación dio un giro definitivo hacia el abismo. El primero en morir fue un niño de 14 años, Sebastián Cañada García. Acribillados uno a uno fueron vilmente asesinadas seis personas más.
El litoral del Sahara es para Parrilla el eco en la memoria de una lluvia de disparos. En agosto de 1978, el Tela, donde oficiaba como patrón de costa, fondeó frente a la llamada Piedra Cagada, que así llamaban los canarios a una loma cubierta por excrementos de gaviota cerca de Cabo Cabiño. Abrieron fuego desde tierra. "Si echamos las artes nos matan a todos", asegura. Una bala entró por el muslo de su pierna izquierda, lo atravesó por completo y salió despedida en dirección a la sonda para medir la profundidad bajo el casco del barco, rozando a un compañero que resultó milagrosamente indemne. Al tiempo, ya en tierra, se retiraron de la embarcación baldes rebosados de cartuchos. Al año siguiente, en el Puerto Naos, Parrilla se cruzó de nuevo con la mortal ruleta. "Pero esa vez no me dieron...".
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